Crée usted de que Cuba estaría mejor como:

jueves, 10 de febrero de 2011

La crisis política del sistema de la Restauración. La oposición al sistema: socialismo, anarquismo, nacionalismo en España. ( Parte II )


(Foto de Internet)

2. LA ESPAÑA DE LA RESTAURACIÓN (1898-1931)

Continuación:


 En medio de la crisis, Alfonso XIII no dudó en utilizar su poder para quitar o poner Gobiernos, o para entrometerse en la vida política del día a día mucho más allá de lo que hubiera pensado Cánovas cuando ideó la Constitución de 1876. Durante su reinado se hizo popular la expresión "crisis orientales" para definir los continuos cambios de Gobierno auspiciados desde el Palacio de Oriente, la morada oficial del Rey.

 Sirva como dato demostrativo de la inestabilidad política y social el que entre 1908 y 1923 las garantías constitucionales se suspendieran hasta veintitrés veces, sobre todo las libertades de reunión, prensa y asociación.

 Ante la crisis del sistema, las fuerzas marginales se reorganizaron. Surgió un nuevo republicanismo, de tinte reformista y anticlerical, y que recogió importantes apoyos entre la pequeña burguesía urbana y los intelectuales. Espoleados por su oposición a Maura, en 1910 los republicanos se presentan a las elecciones en coalición con el Partido Socialista (la llamada Conjunción Republicano-Socialista), y obtendrán un importante éxito electoral, con 37 escaños.

 En crisis el republicanismo histórico, hubo dos tendencias nuevas dentro de los republicanos. Dos corrientes además no muy bien avenidas, lo que restó fuerza al movimiento en su conjunto:

- La radical de Alejandro Lerroux o Vicente Blasco Ibáñez, anticlerical, populista, en sus orígenes izquierdista, pretendía convertirse en partido de masa, lo que no consiguió. El Partido Republicano Radical de Lerroux alcanzó una enorme fuerza en la ciudad de Barcelona.

- La reformista de Melquíades Álvarez, que ponía mayor énfasis en la educación del pueblo. Se trataba de un partido minoritario, más a la derecha que el radicalismo, y que en algún momento accedió a pactar con los liberales. Eran profundamente europeístas y apoyaron la participación de España junto a los aliados en la Guerra Mundial.
Pero la principal oposición al sistema la protagonizaron las fuerzas nacionalistas y obreristas.

1 . Los nacionalismos

 Las nacionalistas son formaciones excluidas tácitamente del "turno pacífico", aunque sí sean legales y gocen de libertad de reunión. Débiles en un principio, con el paso de los años los nacionalismos resultarán potencialmente temibles para la estabilidad del régimen, en particular el regionalismo catalán; las bases sociales del catalanismo procedían de la burguesía industrial más pujante y reclamaban un poder político acorde con su fuerza económica. No conseguir integrar a las burguesías periféricas será uno de los grandes errores del canovismo, que paradójicamente se jactaba de defender los intereses de los propietarios.

 Entre 1902 y 1923 hubo en España un notable avance de los partidos políticos nacionalistas, especialmente en Cataluña y en el País Vasco. Las fechas no son casuales. El fracaso de la "conciencia española" que siguió al Desastre de 1898, que se tradujo en una cierta vergüenza de ser español, fue el mejor vivero del que se alimentaron estos partidos vascos y catalanes.

 En Cataluña habían empezado a proliferar desde 1876 una enorme cantidad de escritos de tendencia regionalista en el que se defendía la nacionalidad catalana. Fueron los herederos de la Renaixença o movimiento cultural favorable a la recuperación de la lengua catalana, oficialmente marginada durante los siglos XVIII y XIX. El primer diario escrito en catalán apareció en 1877 bajo la dirección de Valentí Almirall. Poco a poco las exigencias de reformas tomaron un cariz político, y ya en 1890 personalidades como Enric Prat de la Riba hablaban de "patria catalana". Estos intelectuales tuvieron un gran predicamento entre la burguesía catalana, que se sentía marginada por Madrid, aunque todavía tardarían algunos años en articularse políticamente.

 En 1892 un grupo de intelectuales y políticos catalanistas firmaron las Bases de Manresa, en las que se reclamaba el traspaso a Cataluña de amplias competencias políticas y económicas. En 1901 se fundaría la Lliga Regionalista, un partido laico, moderado y monárquico fundado por Francesc Cambó y Prat de la Riba, y que tendría un enorme protagonismo durante las primeras décadas del siglo XX. De hecho, la Lliga se impuso claramente en las elecciones municipales de ese mismo 1901 y sería durante muchos años el partido mayoritario en Cataluña.

 El programa de la Lliga, sin embargo, iba más allá de lo estrictamente catalán. Su lema era "una Cataluña libre en una España grande", en la idea de que las burguesías periféricas estaban mejor capacitadas que las madrileñas para dirigir España. Reivindicaba para el conjunto de España la revisión del sistema fiscal y la reforma de la administración local, así como la enseñanza de la lengua catalana en las escuelas. La Lliga era sin lugar a dudas el gran partido de la burguesía catalana.

 Pese a todo, la Lliga accedió en 1906 a entrar en una coalición de partidos republicanos y catalanistas de izquierdas, la llamada Solidaritat Catalana, que en las elecciones de 1907 consiguió 41 de los 44 escaños de las provincias catalanas. Desde ese momento, Cataluña actuaría al margen del sistema canoísta.

 Cambó en algún otro momento pretendió desafiar al régimen, como cuando convocó en 1917 una Asamblea de Parlamentarios paralela a las Cortes Generales, con el loable propósito de que el cuerpo legislativo representara la voluntad nacional de una vez por todas, y no los intereses de los caciques. Cambó, aliado en aquella ocasión con la izquierda liberal y republicana, llegó a exigir una nueva Constitución que pusiera fin a la corruptela del régimen. Los historiadores más malévolos subrayan que la verdadera razón del enfado de Cambó fue la imposición, por parte del Gobierno central, de una tasa sobre los beneficios extraordinarios que habían enriquecido a la burguesía española durante la Guerra Mundial, en su inmensa mayoría empresarios catalanes simpatizantes de la Lliga.

Pero en líneas generales el líder catalán colaboró con los partidos dinásticos y accedió incluso a entrar en el Gobierno cuando Alfonso XIII se lo pidió. Era dar una de cal y otra de arena. Y la estrategia dio sus frutos: en 1914 se creó la Mancomunidad de Cataluña, un organismo semi–autónomo con competencias en política económica y fiscal, formado por la unión de las cuatro diputaciones catalanas. Su primer presidente fue Prat de la Riba.

 Como alternativa izquierdista a la Lliga, el nacionalismo radical y democrático hará acto de aparición en los años veinte, cuando la demanda de una verdadera autonomía se generaliza. Se fundan partidos como la Federación Democrática Nacionalista, Acció Catalana, Estat Catalá y agrupando a todos, en 1931 aparece la Esquerra Republicana de Catalunya.

En el País Vasco el nacionalismo fue más radical que en Cataluña. Sabino Arana, fundador en 1894 del Partido Nacionalismo Vasco (PNV) reclamaba la devolución de los fueros vascos, suprimidos en 1876. En virtud de esos antiguos fueros, las provincias vascas y Navarra no pagaban algunos impuestos y sus habitantes estaban exentos del servicio militar. Arana en algún momento de su juventud llegó a proponer la independencia del País Vasco, porque según sus palabras, "Euskadi no puede ser dependiente de España a los ojos de Dios". Su proyecto era entonces el de un Estado independiente y teocrático al servicio de la Iglesia Católica.

 Estaríamos hablando por tanto de un nacionalismo profundamente católico y conservador (su lema era "Dios y fueros"), que mitifica el caserío y la vida rural, la supuesta raza vasca y que odia el capitalismo y el mundo moderno. Como la España liberal se habría contaminado de modernidad, Arana será lógicamente antiespañol.

 Pese a todo, Arana tuvo la habilidad de evolucionar desde las posiciones intransigentes del racismo vasco hacia otras más moderadas y pragmáticas, gracias en parte a la influencia que sobre él tuvieron algunos industriales, como Ramón de la Sota. Poco antes de morir, Arana fundaba la Liga de los Vascos Españolistas, lo que suponía abrazar las posiciones autonomistas que hasta entonces había rechazado en nombre del independentismo.

Desde casi el principio convivieron dos bloques dentro del PNV, uno moderado, otro radical, aunque generalmente se impusieron los primeros, pragmáticos. Con ese programa moderado, el PNV lograría un importante avance en las elecciones de 1918, con siete diputados sobre veinte. Aún así, el nacionalismo vasco durante este período sólo será realmente influyente en Vizcaya.

Conviene subrayar las diferencias entre el nacionalismo vasco y el catalán:

· El catalán tiene un discurso autonomista y quiere participar en el Gobierno central, mientras que el vasco es independentista, antiespañol y en cierta medida “autista” al que no querer participar en las decisiones que se toman desde Madrid.

· La Lliga de alguna forma es creación de una nueva clase social, la burguesía industrial catalana, mientras que el nacionalismo vasco nace de una persona, Sabino Arana. La burguesía industrial e financiera vasca se sentía identificada con Madrid por la compenetración histórica entre ambas capitalizaciones, similitudes que también pueden encontrarse en el modelo de periodismo o en el estilo de vida. En cambio, los lazos de unión entre las burguesías madrileñas y catalanas son en esos momentos prácticamente inexistentes.

· El canovismo hizo una concesión histórica al País Vasco que no hizo a Cataluña: serán los conciertos económicos de Vizcaya y Guipúzcoa, que sin llegar a los extremos de los viejos fueros, implicaban una cuasiautonomía fiscal. Las provincias vascas tenían plena potestad para recaudar impuestos, y a cambio éstas pagaban al Gobierno central una tasa fijada o "cupo vasco”.

 Por último, en Galicia el nacionalismo (o más bien "galleguismo") tuvo una honda raíz cultural y lingüística, y no se articuló políticamente hasta la II República. De hecho, el mayor hito del galleguismo fue la Solidaridad Gallega, una asociación de intelectuales, pero no un partido político. El Partido Nazionalista Galego, fundado en 1919, apenas tendrá incidencia en la vida de la región.

2. El movimiento obrero

Con el crecimiento del sector industrial se multiplica en España la clase obrera. Algunos ejemplos: entre 1910 y 1918 el número de mineros pasa de 90.000 a 133.000, el de metalúrgicos, de 61 a 200.000, el de textiles de 125 a 213.000, y el de obreros de los transportes, de 155 a 212.000.

Continuará.
20
Bibliografía:

"Veinte Años", de Maria Teresa Vera a ritmo de Habanera.

Maria Teresa Vera, una Leyenda de la trova y música cubana de principios del Siglo XX, cantando quizás su canción más famosa, “Veinte Años”, a ritmo de Habanera.

Más de ella y sus canciones aquí.

Historia de "La Habanera" que nació en Cuba Española en 1850




 Un fenómeno curioso del siglo XIX es el de la habanera y el tango: unas danzas provenientes de ultramar, sincretizadas en unas tierras perdidas en 1898, son reconocidas todavía como nuestras, y sirvieron para identificar la música nacionalista hispana. El origen de los ritmos de la habanera y el tango ha sido objeto de  muchas hipótesis, algunas de ellas poco verosímiles: desde las que lo sitúan en las contradanzas francesas de emigrantes de Luisiana, o en los ritmos africanos, hasta las que lo hacen en los ritmos de origen andaluz acriollados en las Antillas, como el tanguillo de Cádiz. 

 En realidad nos encontramos ante un proceso de mutua influencia cultural entre los elementos afro caribeños, criollos e hispánicos. Existe un estrecho parentesco entre los ritmos de la habanera, del tango, del bordoneo a la milonga argentina, de la conga, o del huapango mejicano. Como señala Celsa Alonso en un completo estudio sobre la canción lírica, la habanera bien podría haberse perfilado en los teatros y en la música de salón de las islas del Caribe, a partir de la contradanza cubana, uno de los bailes predilectos de la sociedad de las Antillas.

 La contradanza pasó a los salones de la burguesía en forma, ya sea de canción – impregnada de trazos provenientes de romanzas francesas y de arias de ópera o zarzuela -, ya sea de contradanza pianística, uno de cuyos ejemplos más antiguos data del 1803. A partir de aquellas fechas, los compositores fueron experimentando con el ritmo del bajo del acompañamiento, y aparecieron elementos sincopados que desdibujaron la similitud del ritmo binario entre la habanera y el tango – como hiciera Manuel Saumell, padre del nacionalismo cubano.

 A la habanera y al tango les quedaba todavía otro camino por recorrer: pronto llegaría a la península antes de la mitad de siglo.

 Aquí acabaría de tomar forma. Impregnada de un aire sensual, exótico y cálido, fue una bocanada de aire fresco para la música de salón, no sólo española, sino de toda Europa. Entre 1850 y 1880 aparecieron numerosas habaneras y tangos para piano, al mismo tiempo que un número considerable de canciones con acompañamiento de piano o de guitarra. El éxito de las piezas que Iradier trajo de su viaje a Cuba en el 1857 se reflejó en el mundo de la zarzuela: se oía el ritmo de la habanera en obras de Barbieri (El relámpago en el 1857 o Entre mi mujer y el negro de 1859), de Oudrid (que introduce un tango en el 1859 en El último mono), o del catalán Joan Sariols en la emblemática “L’Esquetlla de la Torratxa” el año 1864 (que llamó “Americana” a la habanera); también en la Marina de Arrieta o La verbena de la Paloma de Bretón, ya a finales de siglo. En las manos de los compositores españoles, el ritmo antillano experimentó una nueva hibridación, a apropiarse de giros armónicos de escalas andaluzas y tetracordios frigios, o bien de ritmos percutidos, en imitación al estilo flamenco, sobre todo en las habaneras para guitarra.

 Así, la habanera y el tango, que procedían de América, acabaron por ser el referente exótico e idealizado de España en las salas de concierto y en los salones de la burguesía europea. El francés Laló en su sinfonía española, se inspira en la habanera La negrita de Iradier, mientras que la sensualidad de Bizet en su ópera Carmen es una adaptación literal de El Arreglito, también de Sebastián Iradier.

 Cuando llegó el año 1898, la canción con ritmo de habanera ya había comenzado a menguar en la producción de los compositores españoles, aunque su ritmo todavía continuaba siendo señal de identidad hispánica en la Rapsodia Españolade Ravel.


La crisis política del sistema de la Restauración. La oposición al sistema: socialismo, anarquismo, nacionalismo en España ( Parte I )


 (Foto de Internet)


2. LA ESPAÑA DE LA RESTAURACIÓN (1898-1931)

 Alfonso XIII (1886-1941) fue proclamado rey en 1902, tras un largo período de regencia de su madre, María Cristina de Habsburgo. Alfonso apenas tenía 16 años, pero los políticos españoles quisieron adelantar su acceso a la Corona, prevista para 1904, como único remedio para poner fin a los caprichos de la impopular regente.

 Esta proclamación coincidió con una formidable crisis política, bien visible desde que España perdió sus posesiones de Ultramar (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) en 1898.

 El deseo de cambio político estaba ya extendido en 1902; la idea era transformar la democracia caciquil en una democracia sincera. Los dos partidos mayoritarios o "dinásticos" (Conservador y Liberal), cada vez tenían más difícil para mantener las viejas prácticas caciquiles, que los "regeneracionistas" habían puesto al descubierto en toda su crudeza. A pesar de este deseo de reformas, el talón de Aquiles de España entre 1902 y 1907 fue la inestabilidad ministerial, con once gobiernos, cinco presididos por conservadores, otros seis por liberales. Con la muerte de Cánovas y de Sagasta, los partidos conservador y liberal habían dejado de ser esas organizaciones jerárquicas y disciplinadas de antaño, y cada vez con mayor frecuencia salían a la luz fracciones y luchas intestinas.

 En este contexto, algunos políticos alumbraron la idea de reformar el sistema de la Restauración "desde arriba". Entre los partidos mayoritarios hubo dos figuras excepcionales que, erigiéndose en portavoces del sentir general, intentaron democratizar el régimen "desde dentro": fueron el conservador Antonio Maura y el liberal José Canalejas, aunque ambos fracasaron. El objetivo de uno y otro fue común: convertir al conservador y al liberal en dos partidos de masas apoyados en la opinión pública y no en los intereses de los caciques.

 Antonio Maura, presidente del Gobierno entre 1907 y 1909, conservador, impulsó varias reformas con la idea de crear un Estado fuerte, pero aunque patrocinó varias reformas, los resultados no pasaron de modestos. En la idea de purificar el sufragio, el gobierno de Maura aprobó la Ley de Reforma Electoral, que declaraba obligatorio el voto y que igualmente privaba a los ayuntamientos del control sobre las mesas electorales y las juntas del censo. Los ayuntamientos, bajo control de los caciques, eran precisamente los que recontaban los votos y hacían públicos los resultados.

 Aún así, el artículo más polémico de la ley fue el 29, que preveía no celebrar elecciones en las circunscripciones en las que sólo hubiera un candidato; si así ocurría, éste pasaba a ser diputado directamente. Aunque las intenciones de Maura fueron probablemente las mejores, semejante práctica (que vista en perspectiva resulta absurda) no mejoró las cosas; más bien tuvo el efecto contrario al previsto, por cuanto la presión caciquil y gubernamental se trasladó del acto de elección al de proclamación de los candidatos oficiales. El candidato molesto era "presionado" para no presentarse, con el resultado de que entre un 15 y un 20 por ciento de los electores se quedaban sin votar. Se calcula que más de una cuarta parte de los diputados fueron elegidos en estas condiciones, bien poco democráticas.

 Otro de los proyectos más ambiciosos de Maura fue la Reforma de la Administración Local, que él bautizó como la "ley del descuaje del caciquismo". Esta ley preveía un mayor control del poder central sobre los ayuntamientos (para cortar las alas a los caciques), la posibilidad de que los municipios formaran mancomunidades para su defensa y pretendió sustituir, en las elecciones municipales, el sufragio universal por el voto corporativo, o sea, que los votantes no fueran los individuos, sino las corporaciones radicadas en la localidad.

 A pesar de sus firmes creencias conservadoras, tampoco descuidó Maura la legislación social: estableció la inspección del trabajo y los tribunales industriales y creó el Instituto Nacional de Previsión.

 Pero a finales de julio de 1909 estalló la Semana Trágica Catalana; se trató de una oleada de disturbios en Barcelona contra el envío de tropas españolas a Marruecos, ya que la resistencia magrebí en Yebala había forzado a Maura a movilizar a los reservistas. Se protestaba además porque los adinerados podían librarse de ir a la guerra pagando una cantidad en metálico.

 Los huelguistas llegaron a cortar los transportes urbanos y se quemaron iglesias y conventos. El Ejército reprimió a los sublevados con enorme dureza, y se dictaron diecisiete sentencias de muerte. Víctima propiciatoria fue el pedagogo Francisco Ferrer y Guardia, al que la prensa más conservadora consideró responsable ideológico de los sucesos. Su fusilamiento originó un notable escándalo internacional que desprestigió a España. Toda la oposición, desde los liberales hasta los socialistas, se unieron en el llamado Bloque de Izquierdas, cuyo lema era "Maura no". Agobiado por las críticas y tras perder la confianza del Rey, Maura dimitió. Pero lo hizo de mala gana, acusando a la oposición de haber traicionado el pacto implícito que, desde los tiempos de Cánovas, garantizaba la pacífica alternancia en el poder.

 El otro gran regeneracionista que alcanzó el poder fue el liberal José Canalejas, presidente entre 1910 y 1912. Canalejas procedía de la izquierda del Partido Liberal, y estaba muy influido por el "nuevo liberalismo" británico de Asquith y Lloyd George. En consecuencia, para Canalejas era vital la intervención del Estado como agente de la reforma de la sociedad, promoviendo una política activa de educación y ayuda social.

 Una vez en el poder, Canalejas reestructuró la financiación municipal para permitir a los ayuntamientos edificar nuevas escuelas, sustituyó el impuesto sobre consumos por otro progresivo sobre la rentas urbanas, hizo obligatoria la incorporación al frente en caso de guerra, sin permitir la redención por dinero, e impulsó ciertas medidas sociales que mejoraban las condiciones de trabajo de los trabajadores, como la reducción de la jornada laboral de los mineros o la legislación que regulaba el trabajo femenino.

 Las medidas más polémicas de Canalejas tuvieron que ver con la Iglesia, en la idea de que la institución eclesiástica debía estar subordinada a la autoridad del Estado. En consecuencia, autorizó el culto público de los no católicos, y sobre todo, prohibió el establecimiento de nuevas órdenes religiosas en España (la llamada "Ley del candado"). Esta medida provocó un serio incidente diplomático con Roma, e hizo reaccionar a los sectores más católicos, que protagonizaron grandes manifestaciones contra Canalejas. El presidente no retiró la ley, pero accedió a conceder una moratoria de dos años, algo que, habida cuenta de la inestabilidad del sistema, era tanto como anularla. En noviembre de 1912 Canalejas caía asesinado por un anarquista en pleno centro de Madrid.

 Tras la muerte de Canalejas, el sistema de la Restauración inició su declive. Los liberales se dividieron entre los partidarios de Romanones y los de Montero Ríos (luego García Prieto). No mejor fue el panorama entre los conservadores. Maura patrocinó un movimiento católico y monárquico, partidario de conceder autonomía a las comunidades históricas. Es lo que se conoce como el maurismo, que recogió importantes apoyos entre la juventud madrileña de derechas (principalmente el diario El Debate, de Herrera Oria), aunque Maura no supo convertir su movimiento en un partido de masa, como era su intención. Todavía más a la derecha de Maura, Juan de la Cierva coqueteó con lo más reaccionario del Ejército.

 No menos intenso fue el debate que generó la guerra mundial en España. Dentro y fuera de la clase política, las posiciones se polarizaron entre "neutralistas" y partidarios de intervenir en la guerra, y entre estos últimos las fuerzas estaban divididas entre "aliadófilos" y "germanófilos". La izquierda fue generalmente partidaria de los aliados, mientras que Alemania encontró sus mejores apoyos entre los mauristas y grupos de extrema derecha, que reclamaban jerarquía y orden.

 Carcomidos por estas luchas intestinas, los gobiernos eran cada vez más efímeros y el Rey "corría el turno" con inusitada rapidez. Otro efecto de la división de los partidos dinásticos fue la multiplicación de las clientelas políticas. Las facciones en liza no siempre podían satisfacer las exigencias de los caciques, con lo que el caciquismo dejó de ser un sistema eficaz para la asignación de los diputados hacia 1920. El caciquismo no murió en suma por la acción eficaz de los políticos regeneracionistas, sino por la crisis de los partidos que sostenían el sistema de la Restauración.

Continuará.
17
Bibliografia:

La guerra de Cuba y el "regeneracionismo"


 En 1868 estalló un movimiento insurreccional en Cuba conocido como "el grito de Yara". Los sublevados exigían la autonomía de la isla y la abolición del tráfico de esclavos (que tanto lucro había dado a comerciantes españoles y criollos) y contaron con el apoyo de su vecino del norte, los Estados Unidos. El convenio de Zanjón en 1878 selló una paz precaria, pero que permitió a burgueses españoles y cubanos orientar sus negocios hacia el azúcar. La paz trajo consigo la abolición de la esclavitud en 1886 (anque siguieron vendiéndose esclavos de forma ilegal) y reconoció el derecho de los cubanos a enviar diputados a las Cortes de Madrid.

 Pero la nueva política proteccionista dictada en 1891 sentó muy mal entre la burguesía criolla cubana, que vio notablemente perjudicado su comercio con Estados Unidos. El malestar se hizo patente con una nueva oleada de insurrecciones contra las autoridades españolas en 1895 (el llamado "grito de Baire"), en parte azuzadas desde Estados Unidos, cuyo gobierno ya había propuesto a España la venta de Cuba. En una de las refriegas murió el líder independentista cubano, José Martí. Ese mismo año también se sublevaban los filipinos exigiendo su independencia.
Cánovas optó por la mano dura. La durísima represión del general Weyler en Cuba desprestigió a España ante la opinión pública internacional. El gobierno de Estados Unidos aprovechó la ocasión para apoyar directamente a los independentistas cubanos, con la esperanza de extender su área de influencia en el Caribe y de abrir nuevas vías comerciales para los productos norteamericanos. Estados Unidos, a estas alturas, además, quería establecer una cabeza de puente en el Pacífico (las Filipinas), una zona que también consideraba de alto interés geoestratégico.

 Sagasta, de nuevo en el poder en 1897, cesó a Weyler, cambió de política e intentó dar un estatuto de autonomía a Cuba, pero ya era demasiado tarde. La prensa norteamericana había creado ya el oportuno clima de guerra (en particular los medios controlados por el empresario W.R. Hearst, que Orson Welles se encargaría de inmortalizar en Ciudadano Kane) y sólo había que esperar el momento propicio. Éste llegó el 15 de febrero de 1898 con el estallido del crucero Maine frente a las costas de La Habana, que causó 264 víctimas. Aunque las causas de la explosión jamás estuvieron claras, el gobierno de Estados Unidos culpó a España de lo ocurrido. McKinley, presidente de los Estados Unidos, presentó un ultimátum inaceptable para el gobierno español y declaró la guerra.

 La contienda no pudo ser más breve. Aunque la prensa española llegó a transmitir la idea de que era posible vencer al gigante yanqui, los norteamericanos destruyeron la flota española en el Pacífico el 1 de mayo de 1898 y dos meses después hicieron lo propio con la escuadra de Santiago de Cuba. España tuvo que rendirse. No hubo demasiadas bajas en la refriega militar, 320 muertos y 150 heridos.

 La paz de París, firmada el 10 de diciembre de 1898 reconocía la independencia de Cuba y obligaba a España a ceder a Estados Unidos las islas Filipinas, la isla de Guam y Puerto Rico. España también se vio forzada a vender algunos de sus archipiélagos en el Pacífico, como las Carolinas, las Marianas y las Palaos, aunque en este caso el comprador fue Alemania. España perdía así los últimos restos de su Imperio colonial y pasaba a ocupar un puesto más que modesto dentro del concierto internacional.

 A pesar de que se ha denominado "desastre del 98" esta pérdida de las últimas posesiones en Ultramar, y que ese desastre fue percibido como tal en la conciencia colectiva, los historiadores tienden actualmente a rebajar el alcance real de esa supuesta hecatombe.

 La crisistuvo una vertiente mucho más política e intelectual que económica o social. La economía española, de hecho, se estremeció poco con la pérdida de las últimas colonias, e incluso gozó de un cierto dinamismo en los años posteriores; lejos de ser un desastre, la repatriación de capitales cubanos permitió por el contrario la fundación de bancos como el Hispano- Americano (1900), el Español de Crédito (1902), el de Vizcaya (1901), el Central (1918). El cataclismo social que algunos auguraban tras la pérdida de Cuba, tampoco se produjo. Hubo algaradas y protestas, pero no más llamativas que otras anteriores o posteriores.

 En cualquier caso, la pérdida de Cuba traumatizó la conciencia un nutrido grupo de intelectuales, políticos y periodistas, para quienes había llegado el momento de "regenerar" España y de reformar a fondo el sistema político de la Restauración, una democracia que no era verdadera ni real. Para los intelectuales de la llamada "generación del 98" (Miguel de Unamuno, Ramiro de Maeztu, Ramón María del Valle Inclán, Pío Baroja, "Azorín", Ángel Ganivet etc.) España habría tocado fondo. Haría falta un nuevo impulso, un "despertar" político, social y cultural, una "regeneración" nacional.

 En suma, la dimensión del "desastre" fue más bien una fabricación consciente por parte de los creadores de opinión, que en aquella época eran intelectuales y periodistas. La mayor parte de la prensa, movida por un patriotismo en ocasiones excesivo, quiso parangonar España con países de la talla de Gran Bretaña o Alemania, claramente superiores al nuestro, pero se ocultó o minimizó el hecho de que nuestro desarrollo político y económico a lo largo del siglo XIX había sido relativamente bueno comparado con el que tuvieron los países "meridionales" más próximos.

El regeneracionismo, pese a sus defectos y manipulaciones, fue un movimiento plural, complejo y muy contradictorio. Su lógica responde a un esquema algo simplista basado en hechos, causas y soluciones. En este último apartado es justamente donde hubo mayor debate entre los regeneracionistas. Algunos defendieron la necesidad de "europeizar" España, de abrirla a los países de su entorno más desarrollado (por ejemplo, Joaquín Costa y más adelante, José Ortega y Gasset), pero otros prefirieron buscar la esencia española en sus tradiciones y en su pasado, presuntamente manchado por el liberalismo durante el siglo XIX (Maeztu, Azorín). En líneas generales, sin embargo, los regeneracionistas trataron de enlazar tradición y cambio.

 También en la clase política hubo "regeneracionistas" comprometidos con la reforma del corrupto sistema de la Restauración. Entre ellos cabe citar a Francisco Silvela, y con más rotundidad, a Antonio Maura y José Canalejas.

Bobliografía:
La España de la Restauración.

Buscar este blog