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lunes, 1 de agosto de 2011

Una anécdota de el "Dia de Reyes" en Cuba 1863.


Del Blog CABAIGUÁN
 El 6 de enero en Cuba y muchos países se celebra el Día de los Reyes, en alusión a los tres reyes magos que fueron a ver al niño Jesús para llevarle presentes de regalo. Pero hubo otra fiesta de Día de Reyes, protagonizada por los negros esclavos…
DÍA DE REYES. Por Josefina Ortega 



 Las tradiciones relacionadas con el cambio de año tienen casi siempre origen religioso, aunque algunas tengan una impronta tremebunda por la esencia.
 Sucedía así con la llamada Fiesta del Día de Reyes en La Habana del siglo XIX, y que tenía a la navidad como fecha de celebración.
 La pretendida bondad del gobierno colonial de un imperio esclavista ―aunque fundado y sostenido por reyes católicos― ejercía, como dádiva cristiana, una peculiar fiesta en honor al nacimiento del niño Jesús.
 En 1863 un extranjero recién llegado a La Habana vivió en día tal una rara experiencia que luego reflejaría en un libro titulado A Traver l’Amerique, Nouvelles et récits: “…me desperté de un sobresalto. Todas las campanas de la ciudad tocaban a la vez. Dejaron al poco de sonar: pero un rumor sordo, lejano me mantuvo despierto. Era como un ruido inmenso, discordante, de una multitud furiosa. Por la calle corrían raudales de esclavos sonando calderos y dando voces. ¿Se habrían sublevado los esclavos?”, se preguntaba Lucien Biart, algo asustado.
 “Una vez restablecido el silencio, un mundo ideas se me agolpaban en la cabeza. La guarnición es numerosa; pero La Habana cuenta con veinticinco mil esclavos…”
 Poco a poco vuelve el bullicio y el viajero sale a preguntar a uno de los esclavos que se entretenía en utilizar “los barrotes de mi ventana como cuerdas de guitarra”.
―¿Qué diablo de escándalo es este?
―¡Yo, libre!, fue la repuesta.
 Monsieur Biart confesó que aunque enemigo declarado de la esclavitud, sintió “un estremecimiento” al oírlo.
 Y cuenta así en su libro un raro diálogo con aquel músico silvestre:
―¿Ha habido muchas desgracias?
 Me mira, abriendo los ojos exageradamente, y en lugar de responderme entona una canción cuya letra me resulta incomprensible.
―¿Dónde está el gobernador?, le pregunto.
―Durmiendo.
 ¡Durmiendo!, es decir muerto, asesinado sin dudas mientras dormía.
 Poco después el francés pregunta acerca del alboroto a los dueños de la casa en donde se alojaba
―Los esclavos están libres, ¿no lo sabe usted?
 Al preguntar sobre los peligros potenciales se entera de que nada grave, pero está la conveniencia de no salir mucho a la calle, pues aunque esta vez los muertos son solo tres, el pasado año fueron ocho.
―¿Cómo? ¿Hubo ya un conato de rebelión el año pasado?
 Todos me miraron con tal sorpresa, y yo los miré, por mi parte, con un aire tan pasmado, que se hizo evidente que existía un mal entendido.



 La costumbre era antigua, y la explicación era “sencilla” en la visión que daba otro extranjero en el libro Rachel and the New World: a trip to United States and Cuba (1850).

 En él, su autor, León Beauvallet, contaba: “Desde el amanecer todos los esclavos de la ciudad son libres, por la ley, hasta la mañana siguiente. Si algún dueño tratara de obligar a sus esclavos a trabajar, estos van inmediatamente a ver al comisionado, quien hace pagar una multa considerable”.


 La descripción que daba Beauvallet de aquel revuelo, parece sacado de un pasaje de Pierrot: “Vi a uno de ellos con el traje de un rey de la Edad Media, un chaquetón de terciopelo rojo con un magnífica corona de papel dorado (...) llevaba pomposamente de la mano a una mora que representaba ser una reina o lago así. Caminaba a su lado con un paso deliberadamente majestuoso… Desde la mañana hasta las cuatro de la tarde, pasaron miles por las calles, chillando todas las canciones del país, con el acompañamiento de maracas, calderos y tambores… Exactamente a las cuatro en punto se les prohíbe permanecer en la ciudad. No tienen derecho a continuar su procesión excepto fuera de las murallas. Allí continúan divirtiéndose toda la anoche, y por la mañana, a la salida del sol, tienen que regresar a sus trabajos”.


 Un día, una vez al año, en medio de una vida signada por la esclavitud, era el premio que se otorgaba a seres humanos, para recordar el nacimiento del redentor de los hombres.


 Luego, pasada la jornada, los cristianos volvían a las calles “a las costumbres civilizadas”.

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